Felicidad, sorpresa, tristeza, frustración… Desde los primeros meses de vida, tu hijo experimentará estos sentimientos y muchos más. De ti depende, en gran parte, que con el tiempo aprenda a comprender y manejar mejor sus emociones. A día de hoy, los estudios han probado que el cerebro de un recién nacido es capaz de distinguir las emociones más primarias desde el mismo instante de vida. Prueba de ello es el inmenso placer que tu pequeñín sintió cuando le acurrucaste en tus brazos a los pocos minutos del parto o la primera vez que le pusiste al pecho para que comenzara a mamar.
Sin embargo, en los seis meses de vida iniciales, el córtex cerebral (la zona que controla las emociones) no está apenas desarrollado. Por ello el niño no sabe manejar lo que siente y, por ejemplo, pasa de la risa al llanto sin previo aviso, sin que su mamá sepa qué cosa tan desastrosa ha podido pasar. Y puede que ese llanto ni siquiera tenga una razón.
Según la neuróloga Lise Eliot, los bebés pasan más horas llorando que riendo porque ésa es la manera en que la Naturaleza se asegura de que sus necesidades básicas van a estar cubiertas.
Favorece su aprendizaje emocional.
Dedícale todo el tiempo que puedas: Estar juntos a menudo, sin otras personas y sin otras cosas en la cabeza, le ayuda a ganar confianza en sí mismo (“le gusto a mamá porque pasa tiempo conmigo”) y crea entre vosotros una unión especial.
No tardes en atender sus necesidades: En los primeros meses de vida es bueno que tu bebé sepa que le vas a dar de comer cuando tenga hambre y a consolarle cuando llore. Los niños que no reciben estas atenciones de bebés se convierten en adultos con más dificultad para establecer vínculos afectivos.
Ten en cuenta su temperamento: Tranquilo, tímido, nervioso… El temperamento de tu hijo está determinado por sus genes (a medida que crezca, las experiencias que viva moldearán su carácter). Trátale según este temperamento. Así, a un niño activo no le incomoda tanto como a uno tranquilo que diferentes personas le cojan en brazos.
Emplea el vocabulario emocional: Es esencial para que aprenda a reconocer lo que siente. Háblale de emociones. "Estás contento por ir al parque?” o “¡Cuánto me gusta estar contigo!”.
No le envíes falsos mensajes: Por ejemplo, si le regañas no lo hagas con una sonrisa en la cara. El enfado es una emoción negativa que no debe acompañarse de una expresión facial positiva.
Permítele estar triste: Que se sienta así de vez en cuando es normal y necesario para su correcto desarrollo emocional. Pregúntale por qué se encuentra triste y dile que no hay nada de malo en ello y que pronto se sentirá mejor.
Enséñale a compartir: Ésta es una de las bases para la empatía. Empieza a compartir comida con él: “Un trozo de plátano para mí y otro para ti”. A medida que se haga mayor, podréis ir a donar juguetes o ropa para otros niños.
Conviértete en su ejemplo: Un estudio realizado en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nuevo México ha probado que muchas reacciones emocionales de los niños son réplicas exactas de las de sus padres. Si estás estresada o estás tranquila (o tranquilo), tu hijo también lo estará.
Ayúdale a superar la frustración: Si trata de hacer algo y no lo logra, dile lo orgullosa que te sientes de él por haberlo intentado. Los niños que afrontan las situaciones frustrantes con una actitud positiva tienen muchas menos probabilidades de sufrir cuadros depresivos de adultos.
Controla lo que ve en la televisión: Un experimento de la Universidad de Tufts (EE UU) demostró que bebés de 1 año de edad podían absorber y mimetizar las expresiones que una actriz ponía ante unos peluches en un vídeo de sólo 20 segundos de duración.
Como tratar los miedos
- La oscuridad: dibújala
Al niño le puede asustar la oscuridad porque tiende a “poblarla” de criaturas espantosas. Una manera de representar los miedos es dibujarlos. Se puede pedir al niño que represente en un folio en blanco las cosas que más le asustan de la oscuridad y, después, destruir el papel delante de él.
- Miedo al agua: un baño gradual
Al niño le puede molestar que le laven el pelo o el baño. Con la ayuda de libros de goma o juguetes para el agua, los papás podrán tranquilizar al pequeño, sujetándole físicamente y ayudándole a aclimatarse, mientras se le echa el agua por la cabecita poco a poco.
- Miedo a los extraños: Observa sus reacciones
El miedo a los extraños se empieza a presentar a partir de los ocho o nueve meses, cuando el bebé empieza a distinguir los rostros familiares de los desconocidos. Se le podrá proponer un acercamiento al extraño, pero observando y respetando las reacciones del pequeño, sin imposiciones.
- Miedo a los ruidos: búrlate de ellos
Si el niño se asusta por un ruido fuerte, como un trueno, los papás tienen el deber de demostrarle cercanía física, por ejemplo, abrazándole. Otra forma de ayudar al pequeño es reírse juntos del estruendo, reproducir el ruido como si nos estuviéramos burlando de él.
- Los animales: imítalos
Es uno de los miedos que los papás deben trabajar más, para ayudar al niño a acercarse a los animales domésticos gradualmente. Los papás pueden pedir al niño que les cuente qué haría él si fuese un perro o un gato, para poder conocer desde dentro el mundo que antes le asustaba.
Los miedos aparecen y desaparecen en los niños.
Algunos miedos llegan a ser perjudiciales al desarrollo del niño, sin embargo, hay otros que incluso, pueden hacer con que el niño evite algún accidente: Por ejemplo: miedo al cruzar una calle, miedo de caerse del columpio, miedo a los animales, etc. Son miedos que enseñan al niño a ser más precavido en situaciones que exigen más cuidados. Según algunos investigadores, los miedos aparecen y desaparecen, y a veces sin darnos cuenta de ello. Y cambian a la medida que el niño va creciendo. Los niños empiezan a tener miedo a las personas extrañas, a objetos raros, a los ruidos fuertes, a la oscuridad, y luego empezarán a tener miedo a la muerte, a los monstruos, a los ladrones, etc.
Muchos de estos miedos se ven inducidos por el ambiente externo como las películas, los cuentos, las historias de los amiguitos, y otros están fundados en experiencias negativas en casa o fuera de ella, y de hecho pueden servir a los padres como alarma para identificar situaciones de algún maltrato o abuso a su hijo. Uno de los miedos más habituales en los niños pequeños es la angustiosa separación de sus padres, el miedo al abandono. Cuando su mamá lo deja en una guardería o con otra persona y se marcha, el bebé o el niño no sabe cuánto debe esperar para volver a verla. Y ahí aparece el miedo a la pérdida definitiva ya que el niño no tiene la capacidad de medir el tiempo. Pero a medida que el niño madura va conociendo con más profundidad la realidad, y así superará sus miedos. Y no se puede acabar con todos sus miedos porque estos también les permiten a entender el mundo y a sentirse más seguros en su habilidad para luchar contra el miedo.
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